Narrador
tradicional, balzaciano, ajeno,
al parecer por principio, a juegos
narrativos y alardes técnicos.
Ramiro Bascompte apenas si maneja,
y muy económicamente, viejos
artificios, eficaces para sostener
el interés, como el montaje
alterno de acciones (tan apropiado
para el cuento “Ángulos
opuestos”) o el yisteron-próteron-ruptura
de la estricta secuencia temporal,
que echa por delante algo posterior
a lo que a contar.
Un narrador así –casi huelga decirlo– cuenta. Sus cuentos
por encima de todo cuentan. Van llevando hacia su final una peripecia redonda,
sin regodearse en meandro alguno –ni psicológico, ni descriptivo,
ni intelectual–. Entonces, la calidad que más acuciosamente se cultiva
es la composición de la trama. Y, al ser lo más sólido de
estos cuentos esa elaboración argumental, el lector se siente tentado
a pensar en guiones literarios para cine o televisión. El lenguaje verbal –pulcro,
fácil, propio– es tan poco elaborado narrativamente que su traspaso
a un lenguaje visual se ofrece fácil y prometedor. No hay que olvidar
que Bascompte es hombre de teatro.
Y es periodista. De este otro quehacer
suyo estos relatos toman interés
casi periodístico, ritmo narrativo ágil, sobriedad en su realización
idiomática. Periodismo aterrador –por lo que tiene de premonitorio– es
el cuento que presenta la tierra destruida por una cadena de explosiones atómicas
(iniciadas por un absurdo azar) y al profesor Dunce deslumbrando con su más
notable descubrimiento… humus. Tierra.
Pero hay mucho más, por supuesto, que en cualquier periodismo: la ficción
le permite a este catalán-ecuatoriano de corazón noble y fina
sensibilidad enfrentar a su lector con tragedias presididas por el absurdo;
con soledades,
esperanzas y desesperanzas; con esos juegos entre festivos y macabros con que
la existencia se complace en entretejer destinos. |